Mi relación con esta querida Hermandad de la Sed viene de antiguo, se puede decir que desde que prácticamente se funda, relación que  he  materializado a través de mi cámara fotográfica.

Empecé  a realizar  fotografías desde que era un niño, y  no crean que me fue fácil, pues en la década de los 60 un niño de pantalones cortos con una cámara de fotos y un flash era algo exótico; incluso en adultos, era algo más bien al alcance de familias acomodadas; la fotografía en aquellos años era una afición cara, un lujo, para las modestas economías de aquella época y si encima lo hacía un niño…Tampoco tuve en mi familia a nadie que me ayudara, me enseñara y menos me animara en este bello Arte, más bien lo contrario. Subyacía aquello “de qué van a pensar de nosotros cuando los que te conozcan te vean con una cámara de fotos colgada”-mentalidad pueblerina, en el peor sentido de la palabra,  que existía en aquella época. Por ello tuve que ahorrar peseta a peseta para poder  comprarme una cámara de fotos en condiciones, por ello me iba al colegio andando y me ahorraba su importe, también  vendiendo el carné  mensual del Real Betis  por un poco menos de lo que costaba la entrada al estadio; todo ello para poderme comprar una cámara de fotos Yashica ¡mi máxima ilusión!

 

 

Se cuenta que Napoleón preguntó a Pierre Simon, Marqués De Laplace, qué papel tenía Dios en el inmenso libro sobre el sistema del Universo que Laplace había escrito. Le respondió sencillamente: “Je n'avais pas besoin de cette hypothèse-là."(no tenía necesidad de esa hipótesis). Hoy día, esta respuesta de Laplace es obvia: está implícita en la propia estructura de la Ciencia. Para lo que nos interesa aquí, que es hablar de Dios y de Ciencia, bástenos decir que ésta consiste en la adquisición de conocimientos sobre el Universo y el mundo que nos rodea utilizando métodos formales. Entendemos por tales los métodos que suministran demostraciones o comprobaciones independientemente de quien los aplica, y que se expresan en un lenguaje unívoco y sin ambigüedades. El ejemplo más evidente es el de las ciencias matemáticas.

¿Se puede saber todo por estos métodos, al menos dentro del campo científico en que se aplican? No, pero producen un conocimiento cierto, en el sentido de verificable en todo tiempo y lugar. ¿Ponemos un ejemplo? En Matemáticas, los números algebraicos son los que se pueden tratar con los métodos del álgebra. ¿No hay más números que éstos? Sí. ¿Se puede demostrar eso? De nuevo, sí. ¿Se pueden exhibir algunos? Seguimos afirmando: amplias clases de ellos. ¿Hay un nombre para los números que escapan al método algebraico? Sí: números trascendentes. ¿No es, por tanto, la Matemática un auto-suplicio de Tántalo, que busca métodos y luego demuestra que siempre queda algo fuera de su alcance? No; hay algo que escapa a cualquier método que se pueda imaginar, es trascendente a todo: el concepto de verdad científica, es decir, de enunciado demostrable por razonamientos lógicos finitos a partir de un sistema finito de presupuestos.

 

 

 

Resulta, al menos, curioso que el término “Pascua”, que designa lo que debería ser el centro y alma de toda vida cristiana, resulte una palabra vacía o, al menos, equívoca para nuestro lenguaje de andar por casa.

Así, “hacer la pascua” viene a ser una expresión coloquial con la que designamos el hacerle, lo que se dice, una “faena” a alguien.

Hablar de “Pascua” ahora, cuando no hace mucho que hemos celebrado la Navidad, nos sabe a los mantecados y turrones que acabamos de comernos mientras nos deseábamos “felices Pascuas”.

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