Tercer día del Quinario al Santísimo Cristo de la Sed

“Nada más falso y enfermo que el corazón, ¿quién lo conoce? Dios habla por boca del profeta Jeremías, y nos habla del corazón, el corazón en la Sagrada Escritura representa la sede de los sentimientos y también la sede de donde se toman las decisiones en la vida. El corazón representa en general a la persona, como es el corazón, así es la persona. Y es que el ser humano como ser libre se va haciendo así mismo con las decisiones que toma en la vida, con acciones de su vida, nuestras acciones, nuestras decisiones, nuestra vida, va diciendo quienes somos, va haciendo quienes somos para bien o para mal. Dios hoy nos habla de un corazón enfermo, nos dice en definitiva que el hombre está enfermo.

Si escuchamos el Evangelio, la parábola que nos propone hoy Jesús, vemos una contraposición, un antagonismo entre dos personajes, un rico que nada en la abundancia, que banquetea, que vista ostentosamente y un pobre que está muerto de hambre, que quiere saciarse de lo que cae de la mesa del rico, y lo que caía de la mesa del rico era en aquel tiempo trozos de pan que utilizaban como una servilleta para limpiarse las manos, los dedos, y los tiraban al suelo y después lo recogían la servidumbre; eso es lo que quería comer Lázaro. Y además Lázaro está en el suelo con llagas, llagas que lamen los perros. El perro que es un animal inmundo porque se alimenta de inmundicia. Todo esto nos dice que Lázaro está en las últimas, en todos los sentidos.

Resulta que acontece la muerte y se cambian los papeles, se cambia la situación. Lázaro es consolado en el seno de Abraham, mientras que el rico es atormentado en el infierno.  Y además aparecen otros cinco personajes, cinco hermanos que tiene el rico y el rico le dice a Abraham: Dale Abraham, que vaya Lázaro a avisarles, porque por la vida que llevan van a acabar como yo aquí en el tormento; y Abraham le responde que escuchen a Moisés y escuchen a los profetas, es decir, que escuchen la Palabra de Dios, no de Abraham. Pero si un muerto resucita seguro que se convierten. Y Abraham les dice: si no creéis a Moisés, si no creéis a los profetas, si no creéis de la Palabra, aunque resucite un muerto creerán.

No se trata solamente ya aquí de una cuestión de pobreza o de riqueza, se trata de una cuestión que es la enfermedad del corazón, y esa enfermedad se basa en la autosuficiencia. Cuando el hombre se cree autosuficiente, cuando el hombre se cree que se basta así mismo, él y las cosas que posee, cuando el hombre se hace dios de sí mismo, es incapaz de escuchar la Palabra y es incapaz de oír al que está a su lado y sufre.

Esta es la enfermedad del corazón, la enfermedad que encierra a oír a Dios, que nos incapacita a la conversión. Necesitamos convencernos de que estamos necesitados de ser salvados, ser redimidos, que el hombre no se basta así mismo, que el hombre es una criatura absolutamente debilidad y absolutamente dependiente, dependiente de Dios. Dentro del corazón de cada uno hay una Sed de eternidad, una Sed de infinito que sólo Dios puede llenar, que no llenan las cosas de este mundo. Esta autosuficiencia aliena al hombre, lo  esclaviza y lo incapacita, no sólo para oír la Palabra, sino para escuchar a los demás. Esta es la advertencia de Dios por el profeta Jeremías que además nos hace otra advertencia; si bien el corazón del hombre está enfermo, también dice maldito todo aquel que confía en el hombre, que se apoya en las criaturas, que confía en sí mismo, que decide la vida por sí mismo, que decide por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo y se olvida de Dios, su creador. Esto hunde las raíces en el pecado original, esto hunde en la tentación antigua de la serpiente, la tentación de Adán y Eva: “comed de ese árbol y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”. Esta tentación continúa en la historia, en el corazón de cada hombre, porque el pecado original está en nosotros. En cambio, la Palabra de Dios, el salmo que hemos proclamado dice: “dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”. Eso es lo que hacemos en cuaresmo y debemos hacer en nuestra vida, volver el corazón a Dios. Y ahora desde aquí en este culto, en este quinario, volvemos el corazón al Cristo de la Sed, volvemos el corazón a Dios hecho hombre que está agonizando en la Cruz y  que quiere sanar desde ahí nuestro corazón, que nos ofrece, que ofrece al Padre sus últimos latidos de su corazón, de su Sagrado Corazón; su Sagrado Corazón que después de muerto será atravesado por una lanza donde brotará sangre y agua que son sacramentos de la Iglesia. Los sacramentos que sanan nuestro corazón, que nos pueden hacer criaturas nuevas.

Y Dios nos ha dicho también por boca de Jeremías, “yo el Señor penetro el corazón y sondeo las entrañas para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones”. Cristo muere en la Cruz, el Cristo de la Sed agoniza amando, entregándose, dándose, amando hasta el último momento hasta el extremo “Padre perdónales porque nos aben lo que hacen”, ofreciendo todo por nuestra Salvación. La cuestión es que la salvación se juega en la libertad del hombre, la salvación es un encuentro entre la gracia de Dios que tiene a nosotros y la libertad del hombre que tiene que acoger esa gracia. La gracia de Dios la tenemos siempre. Dios no niega su gracia a nadie, el problema es si la acogemos o no la acogemos. Por eso depende de nosotros, depende de nuestra libertad nuestra propia salvación. Si cometemos un pecado, nos situamos ya en el infierno, porque nos separamos de Dios. El pecado nos priva de la gracia santificante, y eso ya es inicio del infierno y si después del pecado no nos convertimos, no nos arrepentimos, nos quedamos en el infierno. Pero nos quedamos porque queremos, pecamos porque queremos y no nos convertimos porque también queremos, son actos de nuestra libertad, no son problemas de Dios que siempre tiene tendida su mano.

Contemplemos al Cristo de la Sed, Cristo en la Cruz ha sufrido el infierno con su cuerpo, en su alma, y hasta ha sufrido el infierno sintiendo el abandono del Padre: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Todo es consecuencia del pecado que ha sufrido por nosotros. Sin embargo, Dios nunca nos abandona, Dios está siempre a nuestro lado. Nos dice la escritura que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

La cuestión está en nuestra libertad. Como decía San Agustín: “Dios que te ha creado sin ti, no puede salvar sin ti”, y no puede salvarte sin ti porque te ha hecho libre. Ese es el precio y el riesgo que tiene la libertad. Por eso nosotros hoy aquí en este quinario nos ponemos a los pies de Nuestra Madre de Consolación, Nuestra Madre la Santísima Virgen María que siempre vela por nosotros, que siempre intercede por nosotros y ponemos en ella nuestro corazón, que ella lleve nuestro corazón, que ella lo lleve a coger  la gracia, a sanarlo con los sacramentos, a sanarlo con la conversión. María que siempre camina ante Dios, María nos lleva hacia el Padre, por Cristo, su hijo, que lo ha ofrecido todo por nosotros”

Os esperamos hoy en el cuarto día del Quinario.

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